lunes, 22 de julio de 2013

Pedagogia en Hospitales. Hospitalizacion infantil

HOSPITALIZACIÓN INFANTIL

imagen pedagogia hospitalaria 
El desarrollo psicológico de una persona viene determinado por la interacción de múltiples factores como son las características biológicas, psicológicas, así como el entorno y los contextos en los que dicha persona está inmersa. De este modo, el desarrollo de un/a niño/a se encuentra determinado tanto por sus características personales, como por la influencia que en él/ella tienen tanto los contextos más próximos (su familia, grupo de amigos/as, la escuela...) como por las distintas ideas, valores y creencias características de la sociedad y de la cultura en la que se desarrolla, correspondiendo éstas a un entorno más alejado. A un nivel intermedio entre los dos entornos anteriores, existen otros que inciden considerablemente tanto en el niño y la niña como en sus familiares, dado que afectan a sus condiciones de vida. De entre ellos se pueden destacar los medios de comunicación, los servicios médicos y sociales así como las redes de apoyo con las que pueden contar las familias de los menores.

La experiencia de la hospitalización contiene una serie de amenazas que inciden en todos los niños, niñas y adolescentes. En esta experiencia influyen de manera decisiva las características personales y el momento evolutivo en el que se encuentra el o la paciente. Así, la experiencia de la separación que se produce durante la hospitalización, no es igual para un/a niño o niña pequeño/a, para quien la presencia de sus padres es indispensable debido a una mayor dependencia de ellos, que para un chico o chica adolescente, con una mayor autonomía y con una mayor capacidad de ajuste y de afrontamiento de esta situación. De este modo, a la hora de analizar los efectos de una hospitalización en un o una menor, debemos tener muy presentes las características y preocupaciones típicas de los diferentes estadios evolutivos.
 


Primera infancia

Esta etapa comprendería desde los cero a los tres años. El recién nacido nace con una serie de reflejos que le permiten sobrevivir (como por ejemplo el reflejo de succión) que, con el paso del tiempo, van formando parte de nuevas conductas que paulatinamente el bebé va adoptando. Así, sobre el tercer mes de vida, empiezan a manifestar conductas intencionales que permiten al bebé relacionarse con los adultos, participando así de un modo activo en la familia.

Todas estas interacciones que el niño o la niña realiza durante su primer año de vida posibilitan que progresivamente vaya adquiriendo por su parte una mayor autonomía, que está favorecida por el apoyo, afecto y confianza proporcionados por sus familiares. Debido a ello, el niño y la niña establece vínculos con aquellas personas que le proporcionan esta seguridad y protección, llamadas también figuras de apego.  La adquisición del lenguaje permite que, a través de esta nueva herramienta comunicativa, se establezca la socialización y la transmisión de su pensamiento. Entre los dos y los tres años, aparece la necesidad de relacionarse con los iguales y de interaccionar con ellos a través del juego.

Así, durante esta etapa, en el contexto hospitalario, se deberá:

- Favorecer un sentimiento de confianza del niño y de la niña hacia aquellas personas que son más cercanas, con el objeto de que éstas puedan proporcionarle un sentimiento de seguridad y tranquilidad dentro de este contexto que puede percibir como amenazante. Las voces, caricias, y juegos de estas personas permitirán percibir al niño o niña que sus necesidades vitales se verán satisfechas a pesar de los cambios producidos en su entorno.

- Animar a los padres y madres a permanecer al lado de sus hijos e hijas durante el período de hospitalización con el fin de reducir su ansiedad. Animarles igualmente a que proporcionen en el hospital los objetos más significativos para los niños y niñas (un muñeco, un peluche, ...) que posibiliten un ambiente de mayor familiaridad en el entorno hospitalario.

- Estimular la autonomía del niño y de la niña promoviendo la adquisición de nuevas habilidades como caminar, alimentarse, vestirse, controlar esfínteres, habilidades de exploración del entorno, ... dado que pueden verse privados de ellas en un momento de enfermedad u hospitalización.

- Promover que los padres y madres presenten al personal sanitario y al Educador/a Hospitalario/a como personas «amigas» en las cuales el niño y la niña puedan depositar su confianza, con el fin de que en determinados procedimientos, en los cuales no pueda ser posible la presencia de los familiares, el menor no perciba una situación de abandono.

- Promover que el personal hospitalario interaccione con el niño y la niña de un modo lúdico y que el menor lo perciba como cercano.

- Favorecer la realización de actividades que potencien habilidades perceptivas, motoras, de conocimiento y sociales. Un largo período de hospitalización durante esta etapa evolutiva puede hacer que se produzca una privación sensorial y motora por lo que se deberá prestar atención y estimular estas áreas para que el niño y la niña sigan un correcto desarrollo.



De los tres a los seis años

En el período de edad comprendido entre los tres y los seis años, los niños y niñas siguen demandando una gran necesidad de muestras de afecto y cercanía por parte de las figuras de apego, y van demandando una mayor participación por su parte dentro de la familia, debido a la necesidad de construcción de su propia identidad. Para un niño de esta edad es complejo afrontar la enfermedad debido a que tiene una limitada comprensión del funcionamiento del cuerpo humano. Este desconocimiento puede dar lugar a la aparición de determinados miedos. Así, por ejemplo, la intrusión de cualquier objeto en su cuerpo, como pueden ser las vías, las inyecciones, …, la angustia del niño o niña hacia ellos puede venir motivada, más que por el miedo al pinchazo, por un desconocimiento que le lleva a pensar que puede quedarse sin sangre suficiente, que se queda sin una parte del cuerpo… Pudiendo generar así, frecuentes situaciones de angustia durante procesos médicos que, en principio, los adultos no percibiríamos que le pudieran afectar en tal medida.

Es importante durante esta etapa:

- Proporcionar por parte de todas aquellas personas que rodean al niño o niña la información adecuada para que éstos tengan una mayor comprensión de todo lo relativo a su enfermedad. Así se obtendrá por su parte una mejor reacción ante determinadas situaciones al entender el porqué de estar encamados, el motivo de la medicación, la importancia de evitar el movimiento a la hora de realizar determinadas pruebas médicas…, dado que el menor no entiende por sí mismo los efectos positivos que estas acciones puedan producir en su enfermedad.

- Favorecer el entendimiento por parte de los padres, madres y personal hospitalario de la lógica de pensamiento que tienen los niños y niñas de estas edades, muy diferente a la de los adultos. En estas edades se concibe que todo tiene una explicación, por lo cual necesitan y demandan constantemente información del «porqué» de todas las cosas. No dar respuesta a determinadas preguntas, a pesar de la complejidad de la respuesta en determinadas ocasiones, puede generar el sentimiento de que algo se les está ocultando ya que para ellos toda acción tiene su «porqué».

- Favorecer en el niño y la niña la toma de decisiones y la realización de elecciones, dado que es característico de esta etapa el hecho de que comience a planificar actividades que le permitan adaptarse y ajustarse a su entorno.

- Favorecer por parte de las diferentes personas que rodean al niño y a la niña, un refuerzo de todas aquellas habilidades donde éste/a ya había conseguido cierta competencia antes de su enfermedad u hospitalización. Este aspecto es de gran importancia dado que pueden aparecer retrocesos como consecuencia de un incremento de la sobreprotección materna/paterna durante la estancia hospitalaria, pudiendo provocar que el o la menor demande un mayor grado de atención, y su nivel de dependencia se incremente, impidiendo de este modo su correcto desarrollo evolutivo. Volver a mojar la cama, chupar el dedo, hablar incorrectamente pueden ser buenos ejemplos de ello.


De los siete a los once años

Los niños y las niñas de esta edad tienen una gran necesidad de relacionarse con sus iguales así como de ir poco a poco estableciendo mayor número de relaciones fuera del entorno familiar. Junto con el desarrollo de las habilidades sociales, el desarrollo de las habilidades académicas constituyen dos de los factores de gran importancia durante esta etapa evolutiva. El logro o fracaso de la adquisición de las mismas puede provocar que se generen sentimientos de seguridad o inferioridad en el niño o la niña respectivamente. Esto incide notablemente en los niños con una enfermedad crónica dado que puede influir decisivamente interrumpiendo el desarrollo de las relaciones y de sus actividades, y pudiendo dar lugar en determinados casos a logros académicos pobres debido a ausencias escolares prolongadas o frecuentes.  Durante esta etapa ya se va adquiriendo una mayor comprensión de la enfermedad que incidirá a su vez en una mayor adaptación al contexto hospitalario.

El niño y la niña adquieren igualmente una mayor capacidad de reflexionar sobre las distintas normas establecidas. Todo ello se verá favorecido en la medida en la que haya sido preparado/a para esta nueva situación y entorno.

Es importante durante esta etapa:

- Favorecer el desarrollo del aprendizaje y de las tareas educativas durante la permanencia en el hospital, a través de la realización de actividades que se adapten a la situación física del niño o niña.  Con ello lo que se pretende es evitar la ansiedad que puede producir el miedo al fracaso cuando se incorpore nuevamente al colegio, además de combatir el aburrimiento que la hospitalización provoca y su correcto desarrollo intelectual.

- Favorecer la realización de actividades que permitan la relación con los/as iguales, además de las visitas de amigos y amigas, el envío de cartas…

- Proporcionar por parte de los familiares un clima que favorezca su independencia y que le permita sentirse activo/a.

- Favorecer la comprensión por parte de los padres y las madres de determinadas conductas por parte del niño como puede ser el incremento del pudor y de la necesidad de intimidad ante determinadas pruebas médicas o situaciones que se puedan dar en este sentido dentro del contexto hospitalario.







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Los niños enfermos que, fundamentalmente, presentan necesidades educativas especiales son los que padecen enfermedades crónicas y de larga duración (cáncer, diabetes, fibrosis quística, SIDA, insuficiencia renal crónica, epilepsia, espina bífida, lesiones traumáticas del cerebro, etc.). Estos niños no suelen hallarse recluidos en la cama o en los hospitales, salvo en los periodos de crisis, pero es una amenaza que está siempre presente. El curso de la enfermedad, los tratamientos y los efectos secundarios son muy variados y hacen que los niños estén sujetos a altibajos, estancamientos y retrocesos; por lo tanto, sus necesidades educativas son más impredecibles que las de otras deficiencias. La respuesta educativa a estas necesidades debe ser rápida y flexible, requiriendo de una coordinación entre la educación especial y la ordinaria, y el reconocimiento de que los niños con problemas de salud son responsabilidad de toda la escuela, y de todos los servicios (Grau, 2001).

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